sábado, 25 de enero de 2014


CÉSAR CARACAS: MAESTRO Y HERMANO MAYOR DEL MURALISMO NICARAGÜENSE

Por: Eduardo Pérez-Valle hijo

Hemos leído diversas expresiones de recuerdos y sentimientos conmovidos, ante la pérdida irreparable del maestro César Caracas Mongalo (1935 - 2011). En este momento, quizás, rememorar el legado artístico es la parte que resultaría menos difícil, en presencia de la fecunda obra. Lo más impenetrable  y difícil  estriba en abordar la cimera estatura cultural a través de la dimensión humana. Es decir, el hombre desde cuyo interior de extraordinaria sensibilidad, brotaba la paleta multicolor del suelo patrio. Ni siquiera los dramáticos e insospechados giros de la vida pudieron desgajarle virtudes y cualidades, desarraigarlo de los orígenes. Nicaragua en la memoria, amada, como lo expresaba constantemente, fue el eterno lienzo de sus creaciones.  

De pie: el autor de este artículo y el Maestro César Caracas. Sentadas: Las dos sobrinas del maestro, hijas de Doña Lilí Caracas, hermana menor, sobre la que reposa su mano.

Quienes me antecedieron en la semblanza y en la evocación de este ilustre personaje, por ningún motivo hubiesen podido hablar del talante y de su magisterio, sin antes recordar el peculiar aspecto físico y la manera de vestir, ambas, estaban cabalmente correspondidas con la singular personalidad del Maestro de las Artes Plásticas. Dos gratos recuerdos quiero destacar: el primero, corresponde a nuestra adolescencia en las aulas del Instituto Pedagógico de Managua, en donde los alumnos nos movíamos de un local a otro para recibir diferentes asignaturas. A la clase de iniciación artística íbamos con paso apresurado, nos dirigíamos al aula donde sería impartida nuestra primera clase. El intento de ser los primeros en llegar –antes, que el docente—  era en vano, porque en el interior del local siempre aguardaba un señor de imponente tamaño corporal, recio, quien sobrepasaba los seis pies de estatura, de rostro adusto, observador y de mirada intensa, vestía impecable, de saco y corbata,  puños abotonados con mancuernillas. De amplia frente se me asemejó a la cabeza pétrea de un guerrero tolteca. En cosa de segundos, sin articular palabra y  con esa personalidad externa, había transmitido las premisas indispensables en su clase… Con facilidad percibimos la honestidad y el respeto por sí mismo, profesor a carta cabal, preocupado por motivar y transmitir conocimientos.

Los anteriores episodios los guardo a perpetuidad, inalterados desde hace más de tres décadas. En 2001, debo las circunstancias de mi reencuentro con el insigne artista, a los jóvenes maestros de la Escuela Nacional de Bellas Artes, Alberto Torres Cerrato y  Sócrates Martínez, valiosos artistas, promotores del Arte Público Monumental,  quienes organizaron precisamente, el Primer Congreso de Arte Público Monumental de Nicaragua. Lo que más abundó en los preparativos de aquel evento, fue optimismo, porque el dinero era escaso, sin embargo, Torres Cerrato y Martínez, no echaron pie atrás, no se mostraron amilanados, menos sorprendidos y tampoco dudaron en ningún instante en acoger mi propuesta de invitar al Maestro, al hermano y referente mayor del Muralismo, precursor del Arte Público Monumental. Con la colaboración de Alberto, Sócrates, mi esposa Lilibeth Morales, iniciamos los contactos para lograr lo propuesto.

CARACAS EN EL PRIMER CONGRESO DE ARTE PÚBLICO MONUMENTAL

A finales de marzo 2002, por fin llegó el momento de saludarlo en persona, fuimos hasta el hotel Las Mercedes, donde permaneció con las atenciones debidas,  gracias a la gentil disposición de Samuel Santos, actual Canciller de la República. Otra vez estaba ante el recordado profesor de nuestra juventud, lo encontré idéntico, viejo roble, imbatible, de rostro imperturbable, infaltable porte elegante, de hablar pausado y agudas respuestas. Durante esos memorables días, los anfitriones contamos con la inestimable presencia de doña Lilí Caracas, hermana menor del Maestro, en ese entonces, radicada en Nicaragua junto a una de sus hijas.

Fue invitado de honor al Congreso celebrado en el Salón Azul del Palacio de la Cultura, regresó a Nicaragua después de 23 años de ausencia. Sería imposible estimar cuánto pudo significarle esa breve estadía que suscitó el reencuentro. Del 7 de abril de 2002 es la carta recibida y conservada en nuestro archivo, la remitió después que retornó a los Estados Unidos de Norteamérica, en ella, revela: “Al llegar de visita a mi amada Nicaragua, por la gentil invitación que ustedes me hicieron, tuve la dicha de encontrar amigos valiosos que nunca voy a olvidar como lo son ustedes. Les agradezco inmensamente por todas las atenciones que tan gentilmente me brindaron en todos los sitios que visitamos, y por el cariño que demostraron hacia mi persona.”

Atrás quedó cerrado el capítulo de la ausencia, nuestro referente del Muralismo nicaragüense participó en el Primer Congreso de Arte Público Monumental. Volvió después de haber traspasado 50 años de fecunda obra artística, cuya meritoria destreza en el dibujo, a escasos 13 años de edad, le permitió ganar el premio de Mejor Dibujante de Nicaragua, concurso auspiciado por el maestro Rodrigo Peñalba.

Artista de vocación, ningún muro de infaustos momentos fue capaz de cerrarle el paso. Todos fueron derribados por el lenguaje universal de su esplendoroso arte. Al respecto, por causa de los insospechados giros del destino y con apenas veinte años de edad, el somocismo lo mantuvo preso durante seis meses, hasta el 26 de mayo de 1956, el día en que fue liberado.1 De ahí en adelante, durante 1954 y 1955 vivió en México y después en Francia, volcado a los estudios superiores, convertido en itinerante embajador de nuestra cultura. Después del derrocamiento de la dictadura somocista, fue víctima del exceso y la encendida irracionalidad que contamina a las revoluciones que toman el poder por las armas, el artista y arte, fueron blancos de acoso hasta que decidió marcharse del país.

Alguien dijo que el Maestro padeció siempre de incurable buena voluntad, constancia de ello puede leerse en la referida correspondencia: “Siempre mantengo en mente llegar de nuevo y realizar una exhibición de mis obras como lo acordamos en días pasados”; de igual forma, quedó expresada esa actitud desprendida, en la memoria preliminar sin publicar, preparada por Alberto Torres Cerrato y Sócrates Martínez, así lo demuestra el siguiente párrafo: “Entre las intervenciones  destacó el ofrecimiento del Maestro Caracas, de apoyar a la Escuela de Arte, con la realización de una exposición de la que donará el cincuenta por ciento de lo recaudado en la venta de sus obras.” El primer día que ofreció una conferencia de prensa en el Centro Cultural Managua, quedó profundamente impresionado de las inadecuadas instalaciones donde reciben clases los alumnos de nuestra Escuela Nacional de Bellas Artes, metidos en locales a los cuales sólo les hace falta reja y candado, carentes de luz y ventilación natural, entre paredes de un vetusto edificio al que nadie de reputada solvencia profesional daría certificación estructural. 

Al día siguiente, en el Salón Azul del Palacio de la Cultura dictó la conferencia titulada: Los primeros pasos del muralismo en los años 70. Exhortó a sus colegas a superar el estado de desamparo en que se encuentra el quehacer cultural en Nicaragua. Disertó frente a una audiencia atenta, heterogénea, en parte sorprendida, ante artistas plásticos de diferentes épocas, donde siempre hay escorrentías de opiniones, sin que falten las inveteradas estigmatizaciones, carentes de razón y fundamento. La mayoría le dio la bienvenida merecida y de brazos abiertos. Ante él quedó expuesto el espacio que otorga el prestigio. A mi juicio, el artista y su arte nunca pudo ser convertido en algo distinto de lo que era; por fundamentada y atinada razón, el libro escrito por su esposa y compañera inseparable en el quehacer artístico, doña Mariadilia Martínez, fue publicado bajo el sugerente título: César Caracas: El arte no se puede someter.

En la segunda jornada de Arte Público Monumental, además del Maestro participaron como exponentes, los artistas plásticos: Patricia Belli, Leonel Cerrato, Pedro Vargas, Sócrates Martínez (Organizador del Congreso), Manuel Alaniz, los arquitectos: Porfirio García Romano, Mario Molina, Federico Matus (Ex Director de la Escuela de Bellas Artes) y Nelson Brown, el arqueólogo Edgar Espinoza Pérez, la profesora y crítica de arte, Maricela Kauffman, entre otros. Podría decirse que el reencuentro también fue el último saludo entre consagrados y generacionales artistas plásticos, puesto que, en los años siguientes muchos amigos partieron con sus bastidores, paletas y pinceles, fue una especie de último adiós de Caracas y el hasta pronto de los maestros: Luis Urbina (2005†), Julio César Vallejos Ugarte (2008†), Gumertildo Leoncio Sáenz (2008†), Orlando Sobalvarro Mena (2009†), Genaro Lugo (2010†).

La muerte no pudo dejar el lienzo en blanco. Esa noticia infausta no podrá jamás borrar el mural más grande y formativo que pudiésemos recibir de este ilustre nicaragüense, hecho con trazos de sentimientos indelebles a su “Amada Nicaragua”. Continuaremos reencontrándonos en la perpetuidad de su magnífica obra. ¡Descansa en paz el Maestro!

No hay comentarios:

Publicar un comentario