CÉSAR CARACAS: MAESTRO
Y HERMANO MAYOR DEL MURALISMO NICARAGÜENSE
Por: Eduardo Pérez-Valle hijo
Hemos leído diversas expresiones de recuerdos y sentimientos
conmovidos, ante la pérdida irreparable
del maestro César Caracas Mongalo (1935 - †2011).
En este momento, quizás, rememorar el legado artístico es la parte que
resultaría menos difícil, en presencia de la fecunda obra. Lo más impenetrable y difícil
estriba en abordar la cimera estatura cultural a través de la dimensión
humana. Es decir, el hombre desde cuyo interior de extraordinaria sensibilidad,
brotaba la paleta multicolor del suelo patrio. Ni siquiera los dramáticos e
insospechados giros de la vida pudieron desgajarle virtudes y cualidades,
desarraigarlo de los orígenes. Nicaragua en la memoria, amada, como lo
expresaba constantemente, fue el eterno lienzo de sus creaciones.
De pie: el autor de este artículo y el Maestro César
Caracas. Sentadas: Las dos sobrinas del maestro, hijas de Doña Lilí Caracas,
hermana menor, sobre la que reposa su mano.
Quienes me antecedieron en la semblanza y en la
evocación de este ilustre personaje, por ningún motivo hubiesen podido hablar del
talante y de su magisterio, sin antes recordar el peculiar aspecto físico y la
manera de vestir, ambas, estaban cabalmente correspondidas con la singular
personalidad del Maestro de las Artes Plásticas. Dos gratos recuerdos quiero
destacar: el primero, corresponde a nuestra adolescencia en las aulas del
Instituto Pedagógico de Managua, en donde los alumnos nos movíamos de un local
a otro para recibir diferentes asignaturas. A la clase de iniciación artística
íbamos con paso apresurado, nos dirigíamos al aula donde sería impartida nuestra
primera clase. El intento de ser los primeros en llegar –antes, que el
docente— era en vano, porque en el
interior del local siempre aguardaba un señor de imponente tamaño corporal, recio,
quien sobrepasaba los seis pies de estatura, de rostro adusto, observador y de
mirada intensa, vestía impecable, de saco y corbata, puños abotonados con mancuernillas. De amplia
frente se me asemejó a la cabeza pétrea de un guerrero tolteca. En cosa de
segundos, sin articular palabra y con
esa personalidad externa, había transmitido las premisas indispensables en su
clase… Con facilidad percibimos la honestidad y el respeto por sí mismo,
profesor a carta cabal, preocupado por motivar y transmitir conocimientos.
Los anteriores episodios los guardo a perpetuidad,
inalterados desde hace más de tres décadas. En 2001, debo las circunstancias de
mi reencuentro con el insigne artista, a los jóvenes maestros de la Escuela Nacional de Bellas
Artes, Alberto Torres Cerrato y Sócrates
Martínez, valiosos artistas, promotores del Arte Público Monumental, quienes organizaron precisamente, el Primer
Congreso de Arte Público Monumental de Nicaragua. Lo que más abundó en los
preparativos de aquel evento, fue optimismo, porque el dinero era escaso, sin
embargo, Torres Cerrato y Martínez, no echaron pie atrás, no se mostraron amilanados,
menos sorprendidos y tampoco dudaron en ningún instante en acoger mi propuesta
de invitar al Maestro, al hermano y referente mayor del Muralismo, precursor
del Arte Público Monumental. Con la colaboración de Alberto, Sócrates, mi esposa
Lilibeth Morales, iniciamos los contactos para lograr lo propuesto.
CARACAS EN EL PRIMER
CONGRESO DE ARTE PÚBLICO MONUMENTAL
A finales de marzo 2002, por fin llegó el momento de
saludarlo en persona, fuimos hasta el hotel Las Mercedes, donde permaneció con
las atenciones debidas, gracias a la
gentil disposición de Samuel Santos, actual Canciller de la República. Otra
vez estaba ante el recordado profesor de nuestra juventud, lo encontré
idéntico, viejo roble, imbatible, de rostro imperturbable, infaltable porte
elegante, de hablar pausado y agudas respuestas. Durante esos memorables días, los
anfitriones contamos con la inestimable presencia de doña Lilí Caracas, hermana
menor del Maestro, en ese entonces, radicada en Nicaragua junto a una de sus
hijas.
Fue invitado de honor al Congreso celebrado en el
Salón Azul del Palacio de la
Cultura , regresó a Nicaragua después de 23 años de ausencia.
Sería imposible estimar cuánto pudo significarle esa breve estadía que suscitó
el reencuentro. Del 7 de abril de 2002 es la
carta recibida y conservada en nuestro archivo, la remitió después que retornó
a los Estados Unidos de Norteamérica, en ella, revela: “Al llegar de visita a
mi amada Nicaragua, por la gentil invitación que ustedes me hicieron, tuve la
dicha de encontrar amigos valiosos que nunca voy a olvidar como lo son ustedes.
Les agradezco inmensamente por todas las atenciones que tan gentilmente me
brindaron en todos los sitios que visitamos, y por el cariño que demostraron
hacia mi persona.”
Atrás quedó cerrado el capítulo de la ausencia,
nuestro referente del Muralismo nicaragüense participó en el Primer Congreso de
Arte Público Monumental. Volvió después de haber traspasado 50 años de fecunda
obra artística, cuya meritoria destreza en el dibujo, a escasos 13 años de
edad, le permitió ganar el premio de Mejor
Dibujante de Nicaragua, concurso auspiciado por el maestro Rodrigo Peñalba.
Artista de vocación, ningún muro de infaustos momentos
fue capaz de cerrarle el paso. Todos fueron derribados por el lenguaje
universal de su esplendoroso arte. Al respecto, por causa de los insospechados
giros del destino y con apenas veinte años de edad, el somocismo lo mantuvo
preso durante seis meses, hasta el 26 de mayo de 1956, el día en que fue
liberado.1 De ahí en adelante, durante 1954 y 1955 vivió en México y
después en Francia, volcado a los estudios superiores, convertido en itinerante
embajador de nuestra cultura. Después del derrocamiento de la dictadura
somocista, fue víctima del exceso y la encendida irracionalidad que contamina a
las revoluciones que toman el poder por las armas, el artista y arte, fueron
blancos de acoso hasta que decidió marcharse del país.
Alguien dijo que el Maestro padeció siempre
de incurable buena voluntad, constancia de ello puede leerse en la referida
correspondencia: “Siempre mantengo en mente llegar de nuevo y realizar una
exhibición de mis obras como lo acordamos en días pasados”; de igual forma,
quedó expresada esa actitud desprendida, en la memoria preliminar sin publicar,
preparada por Alberto Torres Cerrato y Sócrates Martínez, así lo demuestra el
siguiente párrafo: “Entre las intervenciones
destacó el ofrecimiento del Maestro Caracas, de apoyar a la Escuela de Arte, con la
realización de una exposición de la que donará el cincuenta por ciento de lo
recaudado en la venta de sus obras.” El primer día que ofreció una conferencia
de prensa en el Centro Cultural Managua, quedó profundamente impresionado de
las inadecuadas instalaciones donde reciben clases los alumnos de nuestra
Escuela Nacional de Bellas Artes, metidos en locales a los cuales sólo les hace
falta reja y candado, carentes de luz y ventilación natural, entre paredes de
un vetusto edificio al que nadie de reputada solvencia profesional daría
certificación estructural.
Al día
siguiente, en el Salón Azul del Palacio de la Cultura dictó la
conferencia titulada: Los primeros pasos del muralismo en los años 70. Exhortó a sus colegas a superar el estado de desamparo en que se
encuentra el quehacer cultural en Nicaragua. Disertó frente a una audiencia atenta, heterogénea,
en parte sorprendida, ante artistas plásticos de diferentes épocas, donde siempre
hay escorrentías de opiniones, sin que falten las inveteradas estigmatizaciones,
carentes de razón y fundamento. La mayoría le dio la bienvenida merecida y de
brazos abiertos. Ante él quedó expuesto el espacio que otorga el prestigio. A
mi juicio, el artista y su arte nunca pudo ser convertido en algo distinto de
lo que era; por fundamentada y atinada razón, el libro escrito por su esposa y
compañera inseparable en el quehacer artístico, doña Mariadilia Martínez, fue
publicado bajo el sugerente título: César
Caracas: El arte no se puede someter.
En la segunda jornada de Arte Público
Monumental, además del Maestro participaron como exponentes, los artistas plásticos: Patricia
Belli, Leonel Cerrato, Pedro Vargas, Sócrates Martínez (Organizador del Congreso),
Manuel Alaniz, los arquitectos: Porfirio García Romano, Mario Molina, Federico
Matus (Ex Director de la
Escuela de Bellas Artes) y Nelson Brown, el arqueólogo Edgar
Espinoza Pérez, la profesora y crítica de arte, Maricela Kauffman, entre otros.
Podría decirse que el reencuentro también fue el último saludo entre
consagrados y generacionales artistas plásticos, puesto que, en los años
siguientes muchos amigos partieron con sus bastidores, paletas y pinceles, fue
una especie de último adiós de Caracas y el hasta pronto de los maestros: Luis
Urbina (2005†), Julio César Vallejos Ugarte (2008†), Gumertildo Leoncio Sáenz
(2008†), Orlando Sobalvarro Mena (2009†), Genaro Lugo (2010†).
La muerte
no pudo dejar el lienzo en blanco. Esa noticia infausta no podrá jamás borrar el
mural más grande y formativo que pudiésemos recibir de este ilustre
nicaragüense, hecho con trazos de sentimientos indelebles a su “Amada Nicaragua”.
Continuaremos reencontrándonos en la perpetuidad de su magnífica obra. ¡Descansa
en paz el Maestro!
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