“Puntos Oscuros de la Historia de Nicaragua” es, una serie escrita especialmente para SEMANA por el Profesor Eduardo Pérez-Valle, entre otros temas, incluye: “El final de las naves que descubrieron Nicaragua”, “El Traidor Gonzalo Noguera Rebolledo”, “La Verdadera Causa del Abandono de León Viejo” y las “Primeras dos Fortalezas construidas en el San Juan”. La serie ha fue preparada cuidadosamente durante el año 1971 y tomó 18 meses de investigación en archivos y documentos.
PUNTOS OSCUROS EN LA HISTORIA DE NICARAGUA:
¿MARTÍN ESTETE Y
EL GOBERNADOR CASTAÑEDA ERAN HOMOSEXUALES?
Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle
La influencia de los conceptos religiosos
había determinado en España, como en otros países, una confusión del delito con
el pecado, en ciertos campos de la actividad. Por eso fue reprimida severamente
la homosexualidad.
El Fuero Juzgo castigaba a
los sodomitas con castración y reclusión perpetua. Aun el forzado a soportar la
desviación sexual estaba sometido a esta pena, a menos que denunciara el
delito. El Fuero Real prescribió la pena de castración pública, y al tercero
día colgamiento por las piernas hasta que sobreviniera la muerte. Las Siete
Partidas condenaban por igual la sodomía (“omes yaciendo unos con otros”) y la
bestialidad (“yazer ome o jumer con bestia”). La pena era la muerte en la
hoguera para ambos partícipes, a menos que hubiera mediado fuerza o minoría de
edad. A la bestia debíase también dar muerte “para mortiguar la memoria de tan
abominable hecho”. La tentativa se castigaba igual que el delito consumado.
Los Reyes Católicos,
sabiendo que en la corte era donde más se había infiltrado la desviación, y
conociendo que el relajamiento general de las costumbres había restado fuerza y
eficacia actual a las antiguas leyes, renuevan su estatuto, ordenando en 1497
que los reos de ese hecho “no digno de ser nombrado”, de cualquier estado y
condición, preeminencia o dignidad, fuesen quemados, y sus bienes pasasen a la Cámara Real. Esta disposición
se aplicó al pie de la letra durante casi tres siglos, si bien en los últimos
tiempos, en un gesto “humanitario”, para evitar al reo la desesperación al
contacto de las llamas, se le golpeaba con un garrote y se le dejaba
inconsciente en el cadalso.
En 1771 se publicó en Londres el libro de
Paw, Investigaciones filosóficas sobre
los americanos, el cual, refiriéndose a la América indígena afirma
que “la sodomía estaba en gran boga en las Islas, el Perú, el Continente”. Esto
encendió la indignación de Clavijero, quien dedicó extensos párrafos de su
Historia Antigua de México a defender la imputación, no sólo a los aborígenes
mexicanos, sino también a los de todo el Continente:
”Todos los historiadores de México –escribe el jesuita—dice a una voz que este vicio era sumamente abominado de aquellas naciones, y hacen mención de las terribles penas prescritas contra él por sus leyes, como puede verse en Gómara, Herrera, Torquemada, Betancourt y otros. El ilustrísimo Las Casas testificó en 1542, en un escrito a Carlos V, que, habiendo hecho diligentes investigaciones en las islas Española, Cuba, Jamaica, Puerto Rico y las Lacaya, halló que jamás hubo memoria de aquel delito entre aquellas naciones. Lo mismo afirma del Perú, Yucatán y todos los países de América en general, a excepción de un lugar en donde se dice que hay algunos culpables”.
En otro sitio descorre el velo que cubría
a ese lugar de excepción, y dice: “Entre todas las naciones de Anáhuac, a
excepción de los panuquenses, se abominaba de semejante delito y se castigaba
con rigor”.
Según todas las fuentes, así era la
verdad. En México el reo de pecado nefando moría ahorcado, y si el delincuente
era sacerdote lo quemaban vivo.
En Nicaragua, cuando el padre Bobadilla
realiza su famosa encuesta, en tiempos de Pedrarias, hace la siguiente
pregunta: “Qué pena dan al que es puto, al cual vosotros llamáis cuilón, si es el paciente?”. Y la
respuesta del indio es la siguiente: “Los muchachos lo apedrean y le hacen mal,
y le llaman bellaco; y algunas veces mueren del mal que les hacen”.
¿Cómo anduvieron los conquistadores, los
colonizadores, en materia de homosexualidad¿ La respuesta es sencilla: vinieron
homosexuales en cantidades normales; y algunos, como siempre, eran individuos
de nota.
En Nicaragua se dan por lo menos dos
casos de notables que inspiran fuertes sospechas de aberración sexual, si bien,
por la naturaleza de la conducta, los documentos no llegan a ser
suficientemente claros.
El primero es el de Martín Estete, ese
brazo derecho de Pedrarias en los comienzos de su gobierno de la Provincia. Esbocemos
su actuación: cuando vino Pedrarias en su expedición punitiva contra Hernández
de Córdoba, envió a la vanguardia a Martín Estete, con el aparente encargo de
parlamentar con el supuesto alzado. Este aceptó el cebo, y Estete pudo tomarlo
preso y encerrarlo en Granada en la fortaleza que el mismo Hernández había
construido. Pedrarias en viaje precipitado a Panamá, lo dejó como su teniente
general en esta Provincia. Coexistió pacíficamente con López de Salcedo en
León; pero vuelto su amo al golfo de Sanlúcar, Estete tomó presos a los del
partido del gobernador de Honduras, encerrándolos en la fortaleza, conducta e
fue aprobada por Pedrarias.
Pero la fama de Estete fue de mal en
peor, y sus oficiales, levantada a instancias de Castañeda, los deponentes se
ocupan de la conducta y las
características personales de Estete. Varios afirman que era inhábil,
descuidado y antipático, defectos que lo incapacitaban para ejercer capitanía
alguna. Otro dice que ha rendido “ruin cuenta" de cuanta capitanía se le
había confiado. Otro dice que es “muy descuidado y floxo en la guerra”. Un
regidor de León declara que en el fracasado viaje al Desaguadero, Estete “no
era para calzarse unos alpargates e ir con los compañeros, ni salía del
rancho”, por lo que sus soldados quisieron amotinarse. El arcediano Rodrigo
Pérez, uno de los del viaje al Desaguadero, tiene frases bastante reveladoras:
según él, Estete “no era para hacer cosa de capitán ni de hombre, y que tiene muchos defectos que no han de tener los
capitanes; y que en el dicho viaje de
Voto nunca salió del rancho. Otro regidor de León afirma que diecisiete años
que tenia Estete de andar por América, nunca le vieron espada, ceñida, ni
pelear con los indios.
Las últimas pinceladas a este cuadro
deprimente las da el mismo Castañeda en carta dirigida al Rey, cuando narra las
crueldades que Estete consentía “y holgaba de ellas”, como aquella de cortarle
a un indio la cabeza, para sacarlo de la cadena, cuando por el cansancio no
podría seguir adelante. “y solo entendía ---remata Castañeda—en estarse echado y en otras cosas sucias y
de mal ejemplo.
El otro caso es el del propio Castañeda,
el mismo señala a Estete con dedo inexorable.
De origen sevillano, había embarcado en
Sanlúcar de Barrameda, “con su mujer e hacienda e criados”, rumbo a Nicaragua,
donde debía desempeñar los cargos de contador y alcalde mayor. En agosto de
1528 ya se encuentra en Castilla del Oro cobrando la mitad de su sueldo en
calidad de adelanto; y en febrero de 1529 se presenta ante el cabildo de León.
Desde su llegada al país tuvo constantes fricciones con el Gobernador y los de
su camarilla. Trasladó su residencia a
Granada.
Pedrarias, que no toleraba en la Provincia sombra de
autoridad distinta de la suya, pidió al Rey le concediese facultad de quitar y
poner alcaldes, encareciendo la necesidad de que gobernación y justicia fuesen
administradas por una misma persona. Llegó a expresar que si no se le reconocía
competencia para asumir el régimen de ambas esferas, que se nombrase a otro que
pudiera hacerlo. Se llegó el caso de tener que elegir nuevos alcaldes y regidores. Pedrarias, diciendo que tenía
Real Cédula que lo autorizaba para ello, quería dar los empleos a sus
paniaguados. Castañeda, que había llegado de Granada a observar la elección, se
opuso y exigió la presentación de la cédula. El asunto se mantuvo indeciso
hasta que el Rey concedió al fin a Pedrarias la facultad de nombrar alcaldes y
disponer del empleo de alguacil mayor.
Muerto Pedrarias en 1531, quisieron los
regidores elegir un gobernador interino, mientras la Corte designaba al propietario.
Se opuso Castañeda, alegando que a el correspondía ejercer el oficio, por ser
después de Pedrarias la única persona investida con poder real. Los regidores
aceptaron la sutil doctrina del Licenciado.
Recibido el mando, Castañeda comenzó un
gobierno arbitrario de provecho personal: abandonó la justicia, permitió la
despoblación (antes había defendido a los indios que trabajan en las minas ·
con aquella frialdad y aguas e fatigas”, siendo naturales de tierras cálidas);
monopolizó encomiendas, ejerció excavaciones; ignoró al regimiento o lo mantuvo
bajo coacción.
Con el fallecimiento del tesorero Diego
de la Tobilla ,
tomó a su cargo los libros, excusó la práctica de inventario e hizo caer de su
antiguo valor la renta de los diezmos, que como contador arrendaba. Por último,
metía en la cárcel a quien expresaba alguna queja contra su modo de proceder.
Doña Ana Estacia Cornejo, mujer de
Castañeda, tenía cierta fama de ser caritativa. Más se decía que su caridad
tenía fines publicitarios. Se mencionaba el caso de una india que había sido
muerta a palos por Castañeda y su mujer, porque aquella había liquidado a un
perro. El propio Licenciado tenía gran fama de ser “hombre acelerado”. Una vez
quebró su vara de alcalde en la cabeza de Juan Gómez, que reclamaba justicia
contra uno de los criados del mismo Alcalde Mayor. Muchos de estos criados, de
quienes el Licenciado tenía llena su casa, eran nada recomendables. Entre ellos
había toda suerte de delincuentes, como también los hubo entre los criados de
Pedrarias y de Contreras.
El cambio era notable. En sus buenos
tiempos, Castañeda había condenado al blasfemo Fernando Bachicao a treinta días
de prisión, pena que luego conmutó por la entrega de 15 libras de cera para la
iglesia. Después, se dice que huía de las prédicas y no oía ni dejaba oír los
oficios con sus murmuraciones. Sostenía, con gran escándalo que “no era pecado
tener los hombres acceso carnal con sus comadres”. Y si alguien le decía que
temiese a Dios, que en la otra vida pagaría, contestaba con gran frescura:
“¡Pues tan largo lo echáis, dad acá lo que os queda!” Era excesivamente suelto en su lenguaje contra quienes reputaba
sus enemigos.
Una vez se enfrentó a Pedro Verbis y le
dijo: “Vos, don hideputa, bellaco, ladrón probado, ¿hacéis probanza contra mí?
¡Pues en vuestra vida llevaréis blanca de mí!” Naturalmente, sus amistades
fueron multiplicándose entre maleantes. Resultó ser amigo íntimo del fraile
mercedario Onardo de Lamadrid, con bien cimentada fama de borracho, torero
aficionado, fornicario público y tratante de blancas, pues compraba y vendía
indias hermosas “para la redención de cautivos”.
Pero el más íntimo de Castañeda fue
Andrés Caballero. En ocasión de una información que el licenciado hacía contra
Pedrarias, a raíz de haber atestiguado Caballero contra el gobernador,
Castañeda se lo llevó a vivir junto a su casa e hizo puerta de comunicación.
Comían y bebían juntos. Caballero entraba y salía de donde Castañeda cuando no
estaba doña Ana, que se iba a su encomienda. Al cabo de un año de esta vida,
Caballero fue fulminado con la pena correspondiente, por ser “maculado del
pecado nefando contra natura”. No obstante, la peno no pudo aplicarse de
inmediato a causa de la protección que el Alcalde Mayor dispensaba al reo. Por
un año más continuaron el convivio, hasta que, por razones desconocidas, cesó
la protección de Castañeda y Caballero fue llevado al patíbulo, a ser quemado
vivo en la plaza de León, cual correspondía a su delito.
Entretanto los regidores habían hecho
junta secreta y escrito al Rey pidiendo juez de residencia contra Castañeda.
Este, que conoció lo que le sobrevenía, preparó viaje y se fue en cinco navíos
con 200 hombres (sus criados, cómplices, paniaguados y fiadores, además de sus
familiares) y más de 700 indios libres, herrados a última hora para poder ser
vendidos en el Perú. En su fuga Castañeda se trasladó a San Miguel y después a
Panamá; pasó a Nombre de Dios y de ahí a Yaguana y Santo Domingo. En 1539, en
Cubagua, cae de un caballo y se quiebra la cadera. Por ello, y por otras
enfermedades viejas que padece no puede presentarse en España, de donde es
llamado. En esta fecha Oviedo dice que está “viejo y algo pesado”. El mismo
confiesa que es “hombre mayor, pesado de carnes y muy grande”; que de la caída
en Cubagua quedó cojo de la pierna derecha; que aunque no tiene desencajado el
hueso, lo tiene torcido en el juego de la cadera; y que padece “enfermedades
secretas”.
Por fin fue habido por la Audiencia de Santo
Domingo y remitido a España, donde en mayo de 1524, enfermó en Madrid de
calenturas, diarreas y una gran infección de los órganos genito-urinarios;
según propia declaración, continúa padeciendo “otros males encubiertos”. Queda
flaco, padeciendo desmayos, no completamente sano. Hay un documento que explica
que el ex gobernador de Nicaragua padecía “enfermedad de piedra y riñones y
otro mal encubierto”, y que una vez echó un cálculo. Por fin murió en Madrid
entre mayo de 1542 y enero de 43, siendo heredero su hermano, el licenciado
Pedro Castañeda.
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