miércoles, 22 de enero de 2014

MARTÍN ESTETE Y EL GOBERNADOR CASTAÑEDA ERAN HOMOSEXUALES?. Por el Dr. Eduardo Pérez-Valle

“Puntos Oscuros de la Historia de Nicaragua” es, una serie escrita especialmente para SEMANA por el Profesor Eduardo Pérez-Valle, entre otros temas, incluye: “El final de las naves que descubrieron Nicaragua”, “El Traidor Gonzalo Noguera Rebolledo”, “La Verdadera Causa del Abandono de León Viejo” y las “Primeras dos Fortalezas construidas en el San Juan”. La serie ha fue preparada cuidadosamente durante el año 1971 y tomó 18 meses de investigación en archivos y documentos.

PUNTOS OSCUROS EN LA HISTORIA DE NICARAGUA:

¿MARTÍN ESTETE Y EL GOBERNADOR CASTAÑEDA ERAN HOMOSEXUALES?

Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle

La influencia de los conceptos religiosos había determinado en España, como en otros países, una confusión del delito con el pecado, en ciertos campos de la actividad. Por eso fue reprimida severamente la homosexualidad.

El Fuero Juzgo castigaba a los sodomitas con castración y reclusión perpetua. Aun el forzado a soportar la desviación sexual estaba sometido a esta pena, a menos que denunciara el delito. El Fuero Real prescribió la pena de castración pública, y al tercero día colgamiento por las piernas hasta que sobreviniera la muerte. Las Siete Partidas condenaban por igual la sodomía (“omes yaciendo unos con otros”) y la bestialidad (“yazer ome o jumer con bestia”). La pena era la muerte en la hoguera para ambos partícipes, a menos que hubiera mediado fuerza o minoría de edad. A la bestia debíase también dar muerte “para mortiguar la memoria de tan abominable hecho”. La tentativa se castigaba igual que el delito consumado.

Los Reyes Católicos, sabiendo que en la corte era donde más se había infiltrado la desviación, y conociendo que el relajamiento general de las costumbres había restado fuerza y eficacia actual a las antiguas leyes, renuevan su estatuto, ordenando en 1497 que los reos de ese hecho “no digno de ser nombrado”, de cualquier estado y condición, preeminencia o dignidad, fuesen quemados, y sus bienes pasasen a la Cámara Real. Esta disposición se aplicó al pie de la letra durante casi tres siglos, si bien en los últimos tiempos, en un gesto “humanitario”, para evitar al reo la desesperación al contacto de las llamas, se le golpeaba con un garrote y se le dejaba inconsciente en el cadalso.

En 1771 se publicó en Londres el libro de Paw, Investigaciones filosóficas sobre los americanos, el cual, refiriéndose a la América indígena afirma que “la sodomía estaba en gran boga en las Islas, el Perú, el Continente”. Esto encendió la indignación de Clavijero, quien dedicó extensos párrafos de su Historia Antigua de México a defender la imputación, no sólo a los aborígenes mexicanos, sino también a los de todo el Continente:

”Todos los historiadores de México –escribe el jesuita—dice a una voz que este vicio era sumamente abominado de aquellas naciones, y hacen mención de las terribles penas prescritas contra él por sus leyes, como puede verse en Gómara, Herrera, Torquemada, Betancourt y otros. El ilustrísimo Las Casas testificó en 1542, en un escrito a Carlos V, que, habiendo hecho diligentes investigaciones en las islas Española, Cuba, Jamaica, Puerto Rico y las Lacaya, halló que jamás hubo memoria de aquel delito entre aquellas naciones. Lo mismo afirma del Perú, Yucatán y  todos los países de América en general, a excepción de un lugar en donde se dice que hay algunos culpables”.

En otro sitio descorre el velo que cubría a ese lugar de excepción, y dice: “Entre todas las naciones de Anáhuac, a excepción de los panuquenses, se abominaba de semejante delito y se castigaba con rigor”.

Según todas las fuentes, así era la verdad. En México el reo de pecado nefando moría ahorcado, y si el delincuente era sacerdote lo quemaban vivo.

En Nicaragua, cuando el padre Bobadilla realiza su famosa encuesta, en tiempos de Pedrarias, hace la siguiente pregunta: “Qué pena dan al que es puto, al cual vosotros llamáis cuilón, si es el paciente?”. Y la respuesta del indio es la siguiente: “Los muchachos lo apedrean y le hacen mal, y le llaman bellaco; y algunas veces mueren del mal que les hacen”.

¿Cómo anduvieron los conquistadores, los colonizadores, en materia de homosexualidad¿ La respuesta es sencilla: vinieron homosexuales en cantidades normales; y algunos, como siempre, eran individuos de nota.

En Nicaragua se dan por lo menos dos casos de notables que inspiran fuertes sospechas de aberración sexual, si bien, por la naturaleza de la conducta, los documentos no llegan a ser suficientemente claros.

El primero es el de Martín Estete, ese brazo derecho de Pedrarias en los comienzos de su gobierno de la Provincia. Esbocemos su actuación: cuando vino Pedrarias en su expedición punitiva contra Hernández de Córdoba, envió a la vanguardia a Martín Estete, con el aparente encargo de parlamentar con el supuesto alzado. Este aceptó el cebo, y Estete pudo tomarlo preso y encerrarlo en Granada en la fortaleza que el mismo Hernández había construido. Pedrarias en viaje precipitado a Panamá, lo dejó como su teniente general en esta Provincia. Coexistió pacíficamente con López de Salcedo en León; pero vuelto su amo al golfo de Sanlúcar, Estete tomó presos a los del partido del gobernador de Honduras, encerrándolos en la fortaleza, conducta e fue aprobada por Pedrarias.

Pero la fama de Estete fue de mal en peor, y sus oficiales, levantada a instancias de Castañeda, los deponentes se ocupan de la conducta y  las características personales de Estete. Varios afirman que era inhábil, descuidado y antipático, defectos que lo incapacitaban para ejercer capitanía alguna. Otro dice que ha rendido “ruin cuenta" de cuanta capitanía se le había confiado. Otro dice que es “muy descuidado y floxo en la guerra”. Un regidor de León declara que en el fracasado viaje al Desaguadero, Estete “no era para calzarse unos alpargates e ir con los compañeros, ni salía del rancho”, por lo que sus soldados quisieron amotinarse. El arcediano Rodrigo Pérez, uno de los del viaje al Desaguadero, tiene frases bastante reveladoras: según él, Estete “no era para hacer cosa de capitán ni de hombre, y que tiene muchos defectos que no han de tener los capitanes; y  que en el dicho viaje de Voto nunca salió del rancho. Otro regidor de León afirma que diecisiete años que tenia Estete de andar por América, nunca le vieron espada, ceñida, ni pelear con los indios.

Las últimas pinceladas a este cuadro deprimente las da el mismo Castañeda en carta dirigida al Rey, cuando narra las crueldades que Estete consentía “y holgaba de ellas”, como aquella de cortarle a un indio la cabeza, para sacarlo de la cadena, cuando por el cansancio no podría seguir adelante. “y solo entendía ---remata Castañeda—en estarse echado y en otras cosas sucias y de mal ejemplo.

El otro caso es el del propio Castañeda, el mismo señala a Estete con dedo inexorable.

De origen sevillano, había embarcado en Sanlúcar de Barrameda, “con su mujer e hacienda e criados”, rumbo a Nicaragua, donde debía desempeñar los cargos de contador y alcalde mayor. En agosto de 1528 ya se encuentra en Castilla del Oro cobrando la mitad de su sueldo en calidad de adelanto; y en febrero de 1529 se presenta ante el cabildo de León. Desde su llegada al país tuvo constantes fricciones con el Gobernador y los de su camarilla.  Trasladó su residencia a Granada.

Pedrarias, que no toleraba en la Provincia sombra de autoridad distinta de la suya, pidió al Rey le concediese facultad de quitar y poner alcaldes, encareciendo la necesidad de que gobernación y justicia fuesen administradas por una misma persona. Llegó a expresar que si no se le reconocía competencia para asumir el régimen de ambas esferas, que se nombrase a otro que pudiera hacerlo. Se llegó el caso de tener que elegir nuevos alcaldes  y regidores. Pedrarias, diciendo que tenía Real Cédula que lo autorizaba para ello, quería dar los empleos a sus paniaguados. Castañeda, que había llegado de Granada a observar la elección, se opuso y exigió la presentación de la cédula. El asunto se mantuvo indeciso hasta que el Rey concedió al fin a Pedrarias la facultad de nombrar alcaldes y disponer del empleo de alguacil mayor.

Muerto Pedrarias en 1531, quisieron los regidores elegir un gobernador interino, mientras la Corte designaba al propietario. Se opuso Castañeda, alegando que a el correspondía ejercer el oficio, por ser después de Pedrarias la única persona investida con poder real. Los regidores aceptaron la sutil doctrina del Licenciado.

Recibido el mando, Castañeda comenzó un gobierno arbitrario de provecho personal: abandonó la justicia, permitió la despoblación (antes había defendido a los indios que trabajan en las minas · con aquella frialdad y aguas e fatigas”, siendo naturales de tierras cálidas); monopolizó encomiendas, ejerció excavaciones; ignoró al regimiento o lo mantuvo bajo coacción.

Con el fallecimiento del tesorero Diego de la Tobilla, tomó a su cargo los libros, excusó la práctica de inventario e hizo caer de su antiguo valor la renta de los diezmos, que como contador arrendaba. Por último, metía en la cárcel a quien expresaba alguna queja contra su modo de proceder.

Doña Ana Estacia Cornejo, mujer de Castañeda, tenía cierta fama de ser caritativa. Más se decía que su caridad tenía fines publicitarios. Se mencionaba el caso de una india que había sido muerta a palos por Castañeda y su mujer, porque aquella había liquidado a un perro. El propio Licenciado tenía gran fama de ser “hombre acelerado”. Una vez quebró su vara de alcalde en la cabeza de Juan Gómez, que reclamaba justicia contra uno de los criados del mismo Alcalde Mayor. Muchos de estos criados, de quienes el Licenciado tenía llena su casa, eran nada recomendables. Entre ellos había toda suerte de delincuentes, como también los hubo entre los criados de Pedrarias y de Contreras.

El cambio era notable. En sus buenos tiempos, Castañeda había condenado al blasfemo Fernando Bachicao a treinta días de prisión, pena que luego conmutó por la entrega de 15 libras de cera para la iglesia. Después, se dice que huía de las prédicas y no oía ni dejaba oír los oficios con sus murmuraciones. Sostenía, con gran escándalo que “no era pecado tener los hombres acceso carnal con sus comadres”. Y si alguien le decía que temiese a Dios, que en la otra vida pagaría, contestaba con gran frescura: “¡Pues tan largo lo echáis, dad acá lo que os queda!” Era excesivamente  suelto en su lenguaje contra quienes reputaba sus enemigos.

Una vez se enfrentó a Pedro Verbis y le dijo: “Vos, don hideputa, bellaco, ladrón probado, ¿hacéis probanza contra mí? ¡Pues en vuestra vida llevaréis blanca de mí!” Naturalmente, sus amistades fueron multiplicándose entre maleantes. Resultó ser amigo íntimo del fraile mercedario Onardo de Lamadrid, con bien cimentada fama de borracho, torero aficionado, fornicario público y tratante de blancas, pues compraba y vendía indias hermosas “para la redención de cautivos”.

Pero el más íntimo de Castañeda fue Andrés Caballero. En ocasión de una información que el licenciado hacía contra Pedrarias, a raíz de haber atestiguado Caballero contra el gobernador, Castañeda se lo llevó a vivir junto a su casa e hizo puerta de comunicación. Comían y bebían juntos. Caballero entraba y salía de donde Castañeda cuando no estaba doña Ana, que se iba a su encomienda. Al cabo de un año de esta vida, Caballero fue fulminado con la pena correspondiente, por ser “maculado del pecado nefando contra natura”. No obstante, la peno no pudo aplicarse de inmediato a causa de la protección que el Alcalde Mayor dispensaba al reo. Por un año más continuaron el convivio, hasta que, por razones desconocidas, cesó la protección de Castañeda y Caballero fue llevado al patíbulo, a ser quemado vivo en la plaza de León, cual correspondía a su delito.

Entretanto los regidores habían hecho junta secreta y escrito al Rey pidiendo juez de residencia contra Castañeda. Este, que conoció lo que le sobrevenía, preparó viaje y se fue en cinco navíos con 200 hombres (sus criados, cómplices, paniaguados y fiadores, además de sus familiares) y más de 700 indios libres, herrados a última hora para poder ser vendidos en el Perú. En su fuga Castañeda se trasladó a San Miguel y después a Panamá; pasó a Nombre de Dios y de ahí a Yaguana y Santo Domingo. En 1539, en Cubagua, cae de un caballo y se quiebra la cadera. Por ello, y por otras enfermedades viejas que padece no puede presentarse en España, de donde es llamado. En esta fecha Oviedo dice que está “viejo y algo pesado”. El mismo confiesa que es “hombre mayor, pesado de carnes y muy grande”; que de la caída en Cubagua quedó cojo de la pierna derecha; que aunque no tiene desencajado el hueso, lo tiene torcido en el juego de la cadera; y que padece “enfermedades secretas”.

Por fin fue habido por la Audiencia de Santo Domingo y remitido a España, donde en mayo de 1524, enfermó en Madrid de calenturas, diarreas y una gran infección de los órganos genito-urinarios; según propia declaración, continúa padeciendo “otros males encubiertos”. Queda flaco, padeciendo desmayos, no completamente sano. Hay un documento que explica que el ex gobernador de Nicaragua padecía “enfermedad de piedra y riñones y otro mal encubierto”, y que una vez echó un cálculo. Por fin murió en Madrid entre mayo de 1542 y enero de 43, siendo heredero su hermano, el licenciado Pedro Castañeda.



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