DISCURSO DEL DOCTOR
LUIS H. DEBAYLE, AL OFRECER EL BANQUETE CON QUE OBSEQUIÓ A RUBÉN DARÍO. En:
La Patria. Publicación Quincenal
de Literatura, Ciencias, Artes. León, 31 de Diciembre de 1907 y 15 de Enero
de 1908. Núm. 8 y 9. Año XIV. Tomo VI. Director: Félix Quiñónez.
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¡He aquí el
abrazo fraternal!
La modesta fiesta mía en el
conjunto de ovaciones tributadas a tu esclarecido genio –a tu elevado espíritu
y a tu noble corazón. –
Tras larga ausencia has vuelto a
tus lares.
Tu patria ha vibrado de
entusiasmo.
Los pueblos se han agolpado a tu
paso.
Los pensadores, los sabios, los
intelectuales te han brindado la mano; los artistas de la lira, de la nota y
del pincel han pronunciado en su respectiva lengua el ¡hurra! sonoro; los
ancianos han anhelado volverte a ver; los niños han corrido tras de ti para
conocerte; los potentados y los proletarios han querido honrarse saludándote; y
León, la cara ciudad de tu infancia, ha congregado sus multitudes, ha
alfombrado sus calles y recordándote aquella triunfal entrada del Domingo de
Ramos que guardas indeleble en tu memoria,[1]
ha hecho tremolar sus palmas y ha pronunciado su ¡Salve, oh Poeta! de entusiasta bienvenida.
Y hasta la naturaleza misma
parece haber participado del entusiasmo general brindándote los más espléndidos
días de tu tierra tropical y las más apacibles noches de inimitable poesía, de
la alba y perlada luna que derramara en tus venas su mágico y argentado licor.
He visto la emoción tuya, he
sentido tus palpitaciones y no creo equivocarme afirmando que ninguno de los
gloriosos triunfos de tu peregrinación
ideal, ha hecho vibrar como éste la fibra íntima y delicada que sólo extremece
(sic) la mano maternal.
Tú no eres indiferente; tú no
ere frío.
Si miramos la profundidad de tu
espíritu superior, encontraremos claridad; si la espina te hiere, brota noble y
roja tu sangre.
Yo bien he podido valorar los
estremecimientos de tu fruición filial al recibir el maternal abrazo.
Mal te conoce aquel que no
comprenda, que al par de tremolas enérgico el invencible gonfalón del Arte,
tiene una alma “joven, sentimental, sensitiva” que no han endurecido las
asperezas del camino, ni han embotado las embriagueces del triunfo.
Has recibido y recibes las
aclamaciones oficiales y públicas que corresponden a tu al renombre.
Acepta aquí el abrazo fraternal
que evoca hoy en tu recuerdo la infancia querida, “aquel divino tesoro ido para
no volver”, aquellas horas de plácidos ensueños juveniles que dejan en el alma
para siempre, el reflejo inextinguible su poética y sonrosada claridad.
Abrense las puertas de mi hogar
para recibirte.
Hínchanse nuestros pechos de
gozo y de satisfacción.
Estás sentado a nuestra mesa. A
la misma mesa en donde niño ocupaste el puesto del amigo predilecto, en cuyo
derredor encuentras las mutaciones y dolorosos vacíos de la inexorable ley de
la evolución y de la vida.
Pero para ti y para mí, y para
todos los que creen, sólo hánse (sic) multiplicado tus amigos –aquellos que
existen aún— ¡y yo siento en este momento de orgullo, de gozo, de gala para mi
hogar, que sus espíritus aletean en derredor nuestro y vibran con nuestros
corazones!
¡Cuánta satisfacción experimento
al verte en este lugar con nosotros, humilde en tus triunfos, sencillo en tu
grandeza, palpitante de ingenuidad y cariño como en pasados tiempos!
No puedo menos que recordar, aún
a riesgo de traspasar los límites de la etiqueta, las épocas y escenas que,
fijas con fotográfica exactitud, están en mi memoria. Tus comienzos, tus
amores, tu timidez, tu natural retraimiento interpretado erróneamente por
intelectos mediocres; tu carácter y originalidad personal, cuyo sello he visto
estampado en tus obras, en las etapas de tu vida literaria y en tus mismas
innovaciones y conquistas.
Bien presente tengo tu
disposición especial por el dibujo que probaste en el admirable retrato de Mir
Swan, que valió al improvisado artista la honra de colocar su obra en el salón
de nuestro Club.
Y la fineza de tu oído y las
dotes musicales que revelaste en los rudimentarios teclados del acordeón y del
armónium, y que más tarde te hizo gustar música Wagneriana, siendo a mi
entender esta facultad admirable de tu artística personalidad, la clave, en
parte, de la delicadeza de tu ritmo y de la obra d innovación sintetizada en tu
singular teoría de la MELODÍA IDEAL.
Recuerdo un hecho, entre otros,
que pinta a lo vivo la admirable espontaneidad de tu estro.
Salíamos –adolescentes aún—de
recibir la clase de lógica, que según Balmes, nos daba el bondadoso maestro
Ibarra.
Debías tu pronunciar una
composición poética en la inauguración del Ateneo de Contreras y de Ayón.
Atraídos por nuestra mutua y común simpatía, nos dirigimos a Guadalupe a la
Escuela Primaria, regentada por un joven profesor tan modesto como laborioso;
todo inteligencia y bondad, que más tarde fue el director de tu inolvidable Ensayo,
y cuyos méritos indiscutibles tenían que relucir algún día como reluce el oro. [2]
Yo quiero –me dijiste—que la
Alsacia y la Lorena, figuren en mis versos. Tú como francés, explícame la
historia de estas provincias. Y luego que me oíste, cruzando una pierna sobre
la otra, con aquel gesto casi infantil que te era peculiar, escribiste sobre la
rodilla, sin detenerte un instante una estrofa que concluyó así:
Son
la Alsacia y la Lorena
Que
laméntanse apenadas
Porque
ovejas descarriadas
Fueron
víctimas de un robo
Y
ahora les hunde el lobo
Sus
garras envenenadas.
Cómo quisiera tener aquí
presente aquel personaje decorativo, rico, influyente con etiqueta de sabio e
incapaz de comprender los quiméricos sueños del poeta y los vuelos del arte, espíritu
hecho en molde, como abundan entre nosotros, para quien sólo existía la clásica
verdad rutinaria, y que al ver mi cariño rayano en admiración por ti, me
preguntó extrañado:
--¿Y qué encuentra U., de
extraordinario en ese joven?
Tus grandes hechos han
confirmado plenamente mi previsión, y mi respuesta de entonces.
Tú podrías, contestar hoy, mejor
que yo lo hiciera; y mejor que nosotros, Marcelino Menéndez Pelayo, Vareda y
otros más, que han proclamado la excelsitud de tu numen.
Y José Enrique Rodó, al
escribir: “Es el leader de la
literatura hispano americana”. Y Emilio Castelar quien podría con más honda
justicia exclamar: El que escribió “El poema del Águila, águila debe ser.”
Y Juan R. Jiménez, “Es
indiscutible que Rubén Darío, caballeresco y emocionante, es el poeta más
grande de los que actualmente escriben en castellano.”
Y Francisco Navarro Ledesma:
“Muerto Campoamor, la lengua castellana cuenta por fin, con un gran poeta de
ideas y sensaciones, a quien ni el mismo Zorrilla le igualaría en el sentido
musical.”
Y Martínez Sierra: “Rubén Darío
ha hecho vibrar la música de la lengua española para cantar, complejar
maravillas, cisnes, mujeres, inquietudes, boscajes, marchas de triunfo,
madrigales, filosofías viejas florecidas en corazones nuevos, galanterías
inmortales, flores y centauros.
Y González Blanco: Es el poeta
múltiple; es el poeta complejo; es el poeta inquieto; es el poeta atormentado;
es el poeta admirable.
Y Elysio Carvalho, se
explicaría: Es un artista refinado, aristócrata y suntuoso, que practica el
arte del sueño, el culto a lo vireal (sic) y al idealismo puro… Es unos de los
mayores, sino el mayor de los poetas de la América Española, en estos momentos
de la raza y de la lengua. El ethereal
de la poesía sutilísima y excelsa castellana.
Y el coro de hombres de arte y
discípulos y admiradores de tu obra de renacimientos y regeneración, podría
juntar su colectiva exclamación ante la Homérica figura: “¡Es no sólo un poeta
eminente, sino el príncipe de los poetas del habla castellana!”
Cómo olvidar tu primer viaje al
Salvador; las dificultades y penurias, las amarguras del artista pobre que, si
bien se entristecía ante los obstáculos, no se arredraba; y sintiendo desde
entonces todo el vigor incomparable de su portentoso intelecto exclamaba en
carta que conservamos preciosamente: “Me siento con ánimo y con fuerzas para la
lucha, y partiré en busca de nuevos horizontes.”
Después, tu vuelta a Nicaragua,
tu viaje al Sur, tu vida en Chile, tu íntima amistad con Balmaceda, nacida y
fomentada por la irresistible atracción del talento y del arte, alma de luz con
la que fundiste la tuya en la región del Ideal.
En seguida la misión a España
confiada por aquel mandatario tan ilustre de talento, como de bondad y
grandeza, [3]
que supo comprender al genial artista.
Y en los años siguientes:
triunfos y más triunfos.
La Nación de Buenos Aires —Los
Raros— Prosas Profanas, que continúan
la obra de revelación de Azul, España, París, las misiones a Madrid y Río de
Janeiro, discernidas por el actual, egregio y progresista Jefe de Nicaragua,
Cantos de Vida y Esperanza, Parisiana, Canto Errante; y por último, ¡los
aplausos de una generación dos veces continental!
¡Con cuánto gozo recibíamos la
noticia de tus triunfos! Cómo nos enorgullecíamos, cual si fuese propia, con
cada corona que ceñía tu frente pensadora.
Cuántas veces se recordaron aquí
mismo escenas de tu infancia, la portentosa precocidad de tu talento, y cómo tu
nombre, repetido con orgullo por los padres, producía el éxtasis de admiración
en las juveniles almas de los niños.
¡Y qué consternación el día en
que el cable trajo la triste nueva de tu grave enfermedad que parecían amenazar
tu vida y que produciría, dijeron, el aniquilamiento de tus ciclópeas energías
intelectuales. Entonces pudimos medir mejor los grados de nuestro afecto, de
nuestro orgullo, de nuestra admiración.
Ansias de acercarnos a ti,
profundo pesar y tristeza, desesperanza, vacío indescriptible, arrepentimiento
de nuestro prolongado silencio, de la interrupción de nuestra correspondencia:
todo se agolpaba en conjunto a nuestra mente hasta el feliz momento en que la
grata nueva, luz que disipó aquella oscura nube, vino a devolvernos la
tranquilidad.
No existió la grave enfermedad.
La noticia era errónea: su origen no es del caso discutirlo ahora; pero este
incidente de tu vida y los rumores que provocó, ¡despertaron en nosotros hondas
reflexiones, filosóficas y morales, sobre la pequeñez y la grandeza, y cruzaron
fugaces ante nuestra vista orugas y mariposas!
No era cierto que te habíamos perdido.
—Y reproduciendo la célebre
frase de Galileo, que tanto impresionó tu juvenil imaginación, citada en tu Oda
al Progreso, podemos exclamar:
¡E pur si muove! Aunque a despecho sea
De
la pálida envidia y mezquindad
Tus
alas no están rotas; y flamea
En
el espacio eterno de la Idea,
¡Oh
Águila” tu Augusta magestad.
El
rayo te ha herido; te levantas
Y
en el alto zenit ¡Excélsior” cantas.
Sé bienvenido. Reposa un tanto
en el hogar de la fraterna amistad. Deposita un momento en el altar de la
Patria tus coronas y los trofeos de tus triunfos.
Después, continúa tu camino
hacia la Polar Estrella, a la región del Ideal, llevando como hasta aquí la
nobleza de tu corazón hermanada con el brillo de tu genio.
Alto sobre las pequeñeces, sé
siempre tú mismo en ti, cerrando los oídos al clamoreo estéril.
Y no olvides que para aquellos
que osen interrogar, podemos repetir la histórica frase de Napoleón, aludiendo
a la República francesa:
Rubén Darío es un Sol. Ciego es
el que no ve sus resplandores.
*****************
MISCELÁNEA
El banquete a Darío en casa del
Dr. Debayle — Durante los días que Darío estuvo en León, fue agasajado
privadamente por varias familias. De estas manifestaciones, la que resalta es
la del Dr. Debayle. Fue un banquete lírico, ofrecido al Poeta en la misma casa
donde recibió los agasajos infantiles a su talento en el alba. El comedor, con
su techumbre de flores, y en el centro una lira de las divinas rosas cantadas
por Anakreonte. Los adornos alusivos, descollando un cuadro donde un águila con
las alas abiertas descansaba en el espacio, sosteniendo en su pico un medallón
con el retrato de Darío. Señoras, caballeros; hermosura y gracia; talento y
sociedad. El obsequiado, entre doña Casimira de Dabayle y doña Fidelina de
Castro. En frente, nuestro Debayle.
A la hora del champaña, dijo su
brillante obsequio Debayle: su discurso de remembranzas y justicias, de gloria
y reconocimiento.
Darío contestó:
Esta
casa de gracia y de gloria me augura,
Por
estas dulces horas que son de Epifanía,
Como
el amanecer de un encantado día
Que
iniciase las horas de una dicha futura
Aquí
un verbo ha brotado que anima y que perdura,
Aquí
se ha consagrado a la eterna Harmonía
Por
las rosas de idea que han dado al alma mía
En
sus pétalos frescos la fragancia más pura.
Suaves
reminiscencias de los primeros años
Me
brindaron consuelos en países extraños,
Y
hoy sé por el Destino, prodigioso y fatal,
Que
si es amarga y dura la sal de que habla el Dante
No
hay miel tan deleitosa, tan dulce y fragante,
Como
la miel divina de la tierra natal.
Y para Casimira
Lo
mejor de mi lira
Y
las flores de lis,
Que
junten la fragancia
de
Nicaragua y Francia
Por
su adorado Luis.
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