martes, 14 de enero de 2014

DISCURSO DEL DOCTOR LUIS H. DEBAYLE, AL OFRECER EL BANQUETE CON QUE OBSEQUIÓ A RUBÉN DARÍO. En: La Patria. Publicación Quincenal de Literatura, Ciencias, Artes. León, 31 de Diciembre de 1907 y 15 de Enero de 1908. Núm. 8 y 9. Año XIV. Tomo VI. Director: Félix Quiñónez.
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¡He aquí el abrazo fraternal!
La modesta fiesta mía en el conjunto de ovaciones tributadas a tu esclarecido genio –a tu elevado espíritu y a tu noble corazón. –
Tras larga ausencia has vuelto a tus lares.
Tu patria ha vibrado de entusiasmo.
Los pueblos se han agolpado a tu paso.
Los pensadores, los sabios, los intelectuales te han brindado la mano; los artistas de la lira, de la nota y del pincel han pronunciado en su respectiva lengua el ¡hurra! sonoro; los ancianos han anhelado volverte a ver; los niños han corrido tras de ti para conocerte; los potentados y los proletarios han querido honrarse saludándote; y León, la cara ciudad de tu infancia, ha congregado sus multitudes, ha alfombrado sus calles y recordándote aquella triunfal entrada del Domingo de Ramos que guardas indeleble en tu memoria,[1] ha hecho tremolar sus palmas y ha pronunciado su ¡Salve, oh Poeta! de entusiasta bienvenida.
Y hasta la naturaleza misma parece haber participado del entusiasmo general brindándote los más espléndidos días de tu tierra tropical y las más apacibles noches de inimitable poesía, de la alba y perlada luna que derramara en tus venas su mágico y argentado licor.
He visto la emoción tuya, he sentido tus palpitaciones y no creo equivocarme afirmando que ninguno de los gloriosos triunfos  de tu peregrinación ideal, ha hecho vibrar como éste la fibra íntima y delicada que sólo extremece (sic) la mano maternal.
Tú no eres indiferente; tú no ere frío.
Si miramos la profundidad de tu espíritu superior, encontraremos claridad; si la espina te hiere, brota noble y roja tu sangre.
Yo bien he podido valorar los estremecimientos de tu fruición filial al recibir el maternal abrazo.
Mal te conoce aquel que no comprenda, que al par de tremolas enérgico el invencible gonfalón del Arte, tiene una alma “joven, sentimental, sensitiva” que no han endurecido las asperezas del camino, ni han embotado las embriagueces del triunfo.
Has recibido y recibes las aclamaciones oficiales y públicas que corresponden a tu al renombre.
Acepta aquí el abrazo fraternal que evoca hoy en tu recuerdo la infancia querida, “aquel divino tesoro ido para no volver”, aquellas horas de plácidos ensueños juveniles que dejan en el alma para siempre, el reflejo inextinguible su poética y sonrosada claridad.
Abrense las puertas de mi hogar para recibirte.
Hínchanse nuestros pechos de gozo y de satisfacción.
Estás sentado a nuestra mesa. A la misma mesa en donde niño ocupaste el puesto del amigo predilecto, en cuyo derredor encuentras las mutaciones y dolorosos vacíos de la inexorable ley de la evolución y de la vida.
Pero para ti y para mí, y para todos los que creen, sólo hánse (sic) multiplicado tus amigos –aquellos que existen aún— ¡y yo siento en este momento de orgullo, de gozo, de gala para mi hogar, que sus espíritus aletean en derredor nuestro y vibran con nuestros corazones!
¡Cuánta satisfacción experimento al verte en este lugar con nosotros, humilde en tus triunfos, sencillo en tu grandeza, palpitante de ingenuidad y cariño como en pasados tiempos!
No puedo menos que recordar, aún a riesgo de traspasar los límites de la etiqueta, las épocas y escenas que, fijas con fotográfica exactitud, están en mi memoria. Tus comienzos, tus amores, tu timidez, tu natural retraimiento interpretado erróneamente por intelectos mediocres; tu carácter y originalidad personal, cuyo sello he visto estampado en tus obras, en las etapas de tu vida literaria y en tus mismas innovaciones y conquistas.
Bien presente tengo tu disposición especial por el dibujo que probaste en el admirable retrato de Mir Swan, que valió al improvisado artista la honra de colocar su obra en el salón de nuestro Club.
Y la fineza de tu oído y las dotes musicales que revelaste en los rudimentarios teclados del acordeón y del armónium, y que más tarde te hizo gustar música Wagneriana, siendo a mi entender esta facultad admirable de tu artística personalidad, la clave, en parte, de la delicadeza de tu ritmo y de la obra d innovación sintetizada en tu singular teoría de la MELODÍA IDEAL.
Recuerdo un hecho, entre otros, que pinta a lo vivo la admirable espontaneidad de tu estro.
Salíamos –adolescentes aún—de recibir la clase de lógica, que según Balmes, nos daba el bondadoso maestro Ibarra.
Debías tu pronunciar una composición poética en la inauguración del Ateneo de Contreras y de Ayón. Atraídos por nuestra mutua y común simpatía, nos dirigimos a Guadalupe a la Escuela Primaria, regentada por un joven profesor tan modesto como laborioso; todo inteligencia y bondad, que más tarde fue el director de tu inolvidable Ensayo, y cuyos méritos indiscutibles tenían que relucir algún día como reluce el oro. [2]
Yo quiero –me dijiste—que la Alsacia y la Lorena, figuren en mis versos. Tú como francés, explícame la historia de estas provincias. Y luego que me oíste, cruzando una pierna sobre la otra, con aquel gesto casi infantil que te era peculiar, escribiste sobre la rodilla, sin detenerte un instante una estrofa que concluyó así:
                            Son la Alsacia y la Lorena
                            Que laméntanse apenadas
                            Porque ovejas descarriadas
                            Fueron víctimas de un robo
                            Y ahora les hunde el lobo
                            Sus garras envenenadas.
Cómo quisiera tener aquí presente aquel personaje decorativo, rico, influyente con etiqueta de sabio e incapaz de comprender los quiméricos sueños del poeta y los vuelos del arte, espíritu hecho en molde, como abundan entre nosotros, para quien sólo existía la clásica verdad rutinaria, y que al ver mi cariño rayano en admiración por ti, me preguntó extrañado:
--¿Y qué encuentra U., de extraordinario en ese joven?
Tus grandes hechos han confirmado plenamente mi previsión, y mi respuesta de entonces.
Tú podrías, contestar hoy, mejor que yo lo hiciera; y mejor que nosotros, Marcelino Menéndez Pelayo, Vareda y otros más, que han proclamado la excelsitud de tu numen.
Y José Enrique Rodó, al escribir: “Es el leader de la literatura hispano americana”. Y Emilio Castelar quien podría con más honda justicia exclamar: El que escribió “El poema del Águila, águila debe ser.”
Y Juan R. Jiménez, “Es indiscutible que Rubén Darío, caballeresco y emocionante, es el poeta más grande de los que actualmente escriben en castellano.”
Y Francisco Navarro Ledesma: “Muerto Campoamor, la lengua castellana cuenta por fin, con un gran poeta de ideas y sensaciones, a quien ni el mismo Zorrilla le igualaría en el sentido musical.”
Y Martínez Sierra: “Rubén Darío ha hecho vibrar la música de la lengua española para cantar, complejar maravillas, cisnes, mujeres, inquietudes, boscajes, marchas de triunfo, madrigales, filosofías viejas florecidas en corazones nuevos, galanterías inmortales, flores y centauros.
Y González Blanco: Es el poeta múltiple; es el poeta complejo; es el poeta inquieto; es el poeta atormentado; es el poeta admirable.
Y Elysio Carvalho, se explicaría: Es un artista refinado, aristócrata y suntuoso, que practica el arte del sueño, el culto a lo vireal (sic) y al idealismo puro… Es unos de los mayores, sino el mayor de los poetas de la América Española, en estos momentos de la raza y de la lengua. El ethereal de la poesía sutilísima y excelsa castellana.
Y el coro de hombres de arte y discípulos y admiradores de tu obra de renacimientos y regeneración, podría juntar su colectiva exclamación ante la Homérica figura: “¡Es no sólo un poeta eminente, sino el príncipe de los poetas del habla castellana!”
Cómo olvidar tu primer viaje al Salvador; las dificultades y penurias, las amarguras del artista pobre que, si bien se entristecía ante los obstáculos, no se arredraba; y sintiendo desde entonces todo el vigor incomparable de su portentoso intelecto exclamaba en carta que conservamos preciosamente: “Me siento con ánimo y con fuerzas para la lucha, y partiré en busca de nuevos horizontes.”
Después, tu vuelta a Nicaragua, tu viaje al Sur, tu vida en Chile, tu íntima amistad con Balmaceda, nacida y fomentada por la irresistible atracción del talento y del arte, alma de luz con la que fundiste la tuya en la región del Ideal.
En seguida la misión a España confiada por aquel mandatario tan ilustre de talento, como de bondad y grandeza, [3] que supo comprender al genial artista.
Y en los años siguientes: triunfos y más triunfos.
La Nación de Buenos Aires —Los Raros— Prosas Profanas, que continúan la obra de revelación de Azul,  España, París, las misiones a Madrid y Río de Janeiro, discernidas por el actual, egregio y progresista Jefe de Nicaragua, Cantos de Vida y Esperanza, Parisiana, Canto Errante; y por último, ¡los aplausos de una generación dos veces continental!
¡Con cuánto gozo recibíamos la noticia de tus triunfos! Cómo nos enorgullecíamos, cual si fuese propia, con cada corona que ceñía tu frente pensadora.
Cuántas veces se recordaron aquí mismo escenas de tu infancia, la portentosa precocidad de tu talento, y cómo tu nombre, repetido con orgullo por los padres, producía el éxtasis de admiración en las juveniles almas de los niños.
¡Y qué consternación el día en que el cable trajo la triste nueva de tu grave enfermedad que parecían amenazar tu vida y que produciría, dijeron, el aniquilamiento de tus ciclópeas energías intelectuales. Entonces pudimos medir mejor los grados de nuestro afecto, de nuestro orgullo, de nuestra admiración.
Ansias de acercarnos a ti, profundo pesar y tristeza, desesperanza, vacío indescriptible, arrepentimiento de nuestro prolongado silencio, de la interrupción de nuestra correspondencia: todo se agolpaba en conjunto a nuestra mente hasta el feliz momento en que la grata nueva, luz que disipó aquella oscura nube, vino a devolvernos la tranquilidad.
No existió la grave enfermedad. La noticia era errónea: su origen no es del caso discutirlo ahora; pero este incidente de tu vida y los rumores que provocó, ¡despertaron en nosotros hondas reflexiones, filosóficas y morales, sobre la pequeñez y la grandeza, y cruzaron fugaces ante nuestra vista orugas y mariposas!
No era cierto que te  habíamos perdido.
—Y reproduciendo la célebre frase de Galileo, que tanto impresionó tu juvenil imaginación, citada en tu Oda al Progreso, podemos exclamar:
                            ¡E pur si muove! Aunque a despecho sea
                            De la pálida envidia y mezquindad
                            Tus alas no están rotas; y flamea
                            En el espacio eterno de la Idea,
                            ¡Oh Águila” tu Augusta magestad.
                            El rayo te ha herido; te levantas
                            Y en el alto zenit ¡Excélsior” cantas.
Sé bienvenido. Reposa un tanto en el hogar de la fraterna amistad. Deposita un momento en el altar de la Patria tus coronas y los trofeos de tus triunfos.
Después, continúa tu camino hacia la Polar Estrella, a la región del Ideal, llevando como hasta aquí la nobleza de tu corazón hermanada con el brillo de tu genio.
Alto sobre las pequeñeces, sé siempre tú mismo en ti, cerrando los oídos al clamoreo estéril.
Y no olvides que para aquellos que osen interrogar, podemos repetir la histórica frase de Napoleón, aludiendo a la República francesa:
Rubén Darío es un Sol. Ciego es el que no ve sus resplandores.

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MISCELÁNEA
El banquete a Darío en casa del Dr. Debayle — Durante los días que Darío estuvo en León, fue agasajado privadamente por varias familias. De estas manifestaciones, la que resalta es la del Dr. Debayle. Fue un banquete lírico, ofrecido al Poeta en la misma casa donde recibió los agasajos infantiles a su talento en el alba. El comedor, con su techumbre de flores, y en el centro una lira de las divinas rosas cantadas por Anakreonte. Los adornos alusivos, descollando un cuadro donde un águila con las alas abiertas descansaba en el espacio, sosteniendo en su pico un medallón con el retrato de Darío. Señoras, caballeros; hermosura y gracia; talento y sociedad. El obsequiado, entre doña Casimira de Dabayle y doña Fidelina de Castro. En frente, nuestro Debayle.
A la hora del champaña, dijo su brillante obsequio Debayle: su discurso de remembranzas y justicias, de gloria y reconocimiento.
Darío contestó:
         Esta casa de gracia y de gloria me augura,
         Por estas dulces horas que son de Epifanía,
         Como el amanecer de un encantado día
         Que iniciase las horas de una dicha futura

         Aquí un verbo ha brotado que anima y que perdura,
         Aquí se ha consagrado a la eterna Harmonía
         Por las rosas de idea que han dado al alma mía
         En sus pétalos frescos la fragancia más pura.

         Suaves reminiscencias de los primeros años
         Me brindaron consuelos en países extraños,
         Y hoy sé por el Destino, prodigioso y fatal,
         Que si es amarga y dura la sal de que habla el Dante
         No hay miel tan deleitosa, tan dulce y fragante,
         Como la miel divina de la tierra natal.

                              Y para Casimira
                            Lo mejor de mi lira
                            Y las flores de lis,
                            Que junten la fragancia
                            de Nicaragua y Francia
                            Por su adorado Luis.





[1] Darío pasó su primera niñez en la Calle Real de León que todos los años recorría la procesión legendaria del Domingo de Ramos que le inspiró sus primeros versos.
[2] Francisco Castro, actual Ministro de Hacienda y Crédito Público y Fomento.
[3] Dr. Sacasa

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